Los recientes días han sido hito para la reflexión respecto a lo que representa la libertad de expresión. Históricamente, he referido que esta no puede existir sin que la emisión de un mensaje o una idea represente la identidad personal. Hoy, reafirmo esta tesis en virtud de la facilidad que existe en el conduccionismo social. Tristemente, hoy día la libertad de expresión no es más que un artífice de la manipulación ideológica. Entre la polaridad y el populismo yace quienes ostentan la razón y consecuentemente, los únicos libres pensadores y con genuina libertad de expresión. El resto, da cuerpo a los discursos populares, simplemente replicados, entre la aversión e intolerancia y la pretensión de superioridad moral por una falsa promesa progresista impulsada por la pseudo izquierda. Ningún lado es mejor que el otro, simplemente encarnan extremos nocivos para el pensamiento, máximas mesiánicas y la instrumentalización de los derechos humanos ante la inexistencia de una noción ontológica de estos. Al final, solo nos queda “la libertad de decir lo que pensamos” y “la posibilidad de acceder a todo tipo de información”. ¿Qué utilidad tienen ambos consuelos cuando decimos cosas que no hemos pensado? O ¿Cuándo accedemos a información pre-digerida para parcializar el pensamiento?
El presente y breve ensayo busca rescatar de las garras de los sofistas la libertad de expresión, su valor e impacto en el individuo y en la sociedad democrática. También, evidenciar la instrumentalidad de los derechos humanos y exhibir porque repetir discursos o memorizar sentencias no te hacen un aliado a la causa de la dignidad, sino una marioneta de los lobbies que han encontrado un hambre de revolución mal encausada.
- Identidad personal, pensamiento y expresión.
Como ya es costumbre, estos ensayos no pueden ser solo de derecho o de filosofía, se necesitan y desean mutuamente para avanzar. La primera por sí sola no sirve, es cuadrada y generalmente positiva ante la incapacidad racional de quienes pretenden ostentarla; la segunda se pierde en los intentos de resolver las desavenencias del ser humano. Aquí por ello, se complementan
Si la libertad de expresión es la piedra angular de una sociedad democrática como reza la Corte Interamericana de derechos humanos (que solo sirve para generar doctrina), esto presupone la urgencia de una sociedad plural, es decir, tolerante, es decir, que concurran todo tipo de opiniones, ideologías y formas de vida. El eterno sueño de una sociedad donde quepamos todos. Sin embargo, este anhelo plural bien, puede ser restringido o limitado, no hay cabida para pedófilos o nazis en una sociedad democrática, pues, atenta contra la propia lógica de esta al desnaturalizar la dignidad equitativa del ser humano. Prima facie, aquí comprendemos que los derechos humanos no son absolutos, sino que pueden ser limitados con sujeción a los ordenamientos legales y al orden público.
De este modo, afirmamos que los ordenamientos legales constituyen el anhelo cristalizado de una sociedad. Consideramos que, las leyes son la representación de los ideales sociales. Sin embargo, la colisión entre la visión cosmopolita y la ideología decimonónica que aún permea en las sociedades más conservadoras nos impide afirmar que las leyes son la materialización del pensar social. Vaya problema. No lo solucionaremos aquí, pero sí puntualizaremos lo siguiente. Si las sociedades no logran avanzar mediante el diálogo es evidente que el problema es por una parte la intolerancia y falta de apertura a este (en este punto me caso y divorcio con Chaim Perelman), si fuésemos racionales, seríamos capaces de avanzar al diálogo. El problema que encuentro es, no sé si no somos racionales o si, no tenemos personalidad propia. Es decir, ante la ausencia de una individualidad tenemos la imposibilidad de contribuir a la construcción social. La sociedad, compuesta por individuos, necesita forzosamente de la convivencia colectiva. Así, la sociedad se conforma y moldea en virtud de los interlocutores del diálogo y entonces, las leyes se cristalizan. ¿Ven a dónde voy? Si tenemos leyes y sociedades deficientes, es porque no tenemos individualidades que moldeen el alcance social, ¿dónde está el problema? En la identidad personal. No puedo replicar algo mío sin saber quién soy o en qué pienso. No puedo expresar ideas pertinentes si no las he razonado.
Este problema es ambivalente: por una parte, replicamos lo que se nos ha enseñado, ya precondicionados y por la otra, no deconstruimos lo que se nos ha enseñado (quiero enfatizar en que utilizo “deconstruir” lo más lejos que puedo del deficiente modo en que hoy en día se postula, más bien, tómenlo como lo postuló Derrida o John Locke). Conforme lo primero, me resulta inevitable recordar a John Locke, y sobre todo a Charles Taylor en “Fuentes del Yo” donde explica rescatando las ideas de Locke, cómo nuestra manera de ser y pensar está condicionada por los materiales que nos han provisto. Es decir, la sociedad y los predecesores nos moldean a una forma funcional para la sociedad existente. No permiten una transición o más bien, someten a un caudal preconfigurado que generará utilidad a las estructuras existentes.
Imaginemos lo siguiente: ¿tu personalidad o identidad la has moldeado con materia prima? Cuando jóvenes nos enseñan cierta conducta, reglas y precondiciones, Locke cuestionaba fuertemente esto cuando instaba a la deconstrucción. Es como si nuestro pensamiento se formara por cuadros o círculos y con ello edificáramos en nuestra cabeza. En la naturaleza no hay cuadros ni círculos, hay materia prima, ¿qué forma le quieres dar tú? Entonces, moldea la materia prima a tu deseo racional y confórmate atento a quien eres.
He ahí la deconstrucción Lockiana, hay que demoler cuanto se nos ha impuesto y enseñado y basarnos en elementos confiables para reiniciar, como la objetividad (que también es un problema que no pretendo tocar en este breve ensayo), las matemáticas o la ley natural (otro enorme problema) pero para los linderos de la tolerancia, pluralidad y libertad de expresión, pudiéramos afirmar que la ley natural es la dignidad humana y consecuentemente los derechos humanos. Al menos al afirmar que los tenemos todos. Una solución que parecería asequible hasta que llegaríamos al extremo, la instrumentalización.
- Instrumentalidad de derechos
El problema de la polarización y la identidad personal tomarán un curso relevante en este apartado: los derechos humanos se han instrumentalizado para satisfacer necesidades que se han retirado de la dignidad humana o que han encarnado discursos populares para parcializar el pensamiento, pondré dos ejemplos:
- El clásico ejemplo xenófobo: la migración acaba con las oportunidades laborales; o su inverso: “abro las puertas de mi país para todo mundo y que traigan su cultura sin restricción acá” el primero, discurso de “derecha” el segundo de “izquierda”. En realidad son polarizaciones igualmente perniciosas. En un mundo globalizado, el talento y la disciplina son un activo más atractivo para una empresa o u país que la nacionalidad y respecto al segundo, ¿es sostenible una colisión absoluta de diversas culturas en una sociedad? La experiencia nos dice que no. Pero esta segunda ha surgido como un recurso para “apoyar la liberación de ciudadanos en países dictatoriales o con condiciones desfavorables”. Entonces, ¿para qué signamos fraternidad mundial? Ah, porque solo cuando es conveniente, o sea, cuando hay posibilidad de explotar recursos a cambio de muy poco. ¿Ven como el discurso de los derechos humanos se ha alejado de la dignidad y ha encarnado conveniencia? ¿No sería mejor apoyar el desarrollo de todos los países que tolerar la migración irrestricta? Ah pero los países con mayor desarrollo necesitan a los de menor. Necesitan la esperanza, el anhelo, la desesperación y la avaricia.
- Otro ejemplo de instrumentalización popularizado: “la vacuna del covid debe ser un derecho humano” ¿y qué es entonces el derecho a la salud y su alcance? Pero la oración genera sensacionalismo y condiciones mesiánicas, eternamente anheladas. O el aborto, indispensable que esté legislado, pero a la par debería impulsarse la educación sexual y provisión de anticonceptivos del gobierno a la ciudadanía. No hay necesidad de instrumentalizarlo, pues, igual, son alcances del derecho a la salud. Pero qué es muy atractivo el discurso “verde”.
Conforme a la libertad de expresión no nos encontramos en costas remotas del problema de la instrumentalización. Es la herramienta perfecta para controlar al colectivo, los discursos que se reproducen, si no se presentan a una sociedad racional, solo son conduccionismo. O si no instan a razonar y buscan parcializar, nuevamente, son herramientas para el conduccionismo. No hay necesidad de poner ejemplos, simplemente si no caen en esta contienda, no contribuye a la sociedad democrática, entonces, no es libertad de expresión, sino discursos instrumentales para polarizar, parcializar y moldear a placer de un selectivo grupo y no de la totalidad, ergo, se logra el objetivo opuesto a las máximas de los derechos humanos y a las máximas de la tolerancia.
Aquí encuentra el populismo a su mejor aliado, discursos sencillos, manipulados y combustionables que exaltan a una sociedad segregada, dispareja o dividida. La polaridad se hace presente y la conciliación se imposibilita. Es tan mala Alexandra Ocasio como Donald Trump. Ambos alimentan “mobs” diferentes, ambos polarizan, se alejan de la conciliación o de la ética discursiva que el querido Habermas propuso.
- El conduccionismo social
Respecto a esta última idea, siempre es pertinente recordar “el ciclo de la violencia mimética” o “el chivo expiatorio” que postulaba Girard. El primero como un impulso inconsciente y no identificado que se acciona en el espectador. Un cúmulo de resentimiento esperando una chispa que le encienda y busca cualquier causa para estallar. Quizá la economía, la inseguridad, un pleito con un vecino, que busca algo donde colarse con un colectivo para sentirse parte o tal vez, simplemente desahogo. No sabes por qué te molesta lo que te molesta o cómo se relaciona con tus problemas, pero te genera la satisfacción de la libertad. Aquí, se presenta el “chivo expiatorio”. “Los mexicanos se roban nuestros empleos”, “el neoliberalismo es el causante de todos los males”, “los millonarios no deberían de existir, solo son privilegiados”, aterradoramente similar la derecha y la izquierda, ¿verdad? Mismos discursos polarizantes, combustionables y resguardándose en “libertad de expresión”, pero ¿lo es? ¿cuáles son sus límites?
Como sabemos, los derechos humanos no son absolutos, la libertad de expresión no es irrestricta. Se resguarda en las bases de la legalidad y en el orden público. ¿Es válido haber censurado a Trump por manipular la toma del capitolio? Sí. Puso en riesgo la vida, la seguridad nacional y difuminó odio y atentó contra el estado de derecho a través de su investidura presidencial. Además, lo hizo con una plataforma con un alcance increíble como es “twitter”. ¿La sanción de la prohibición de por vida es válida? Se puede argumentar que sí y que no. Que sí, porque es una empresa privada la que fija términos y condiciones y finalmente, nadie ha callado a Trump de decir lo que quiera, solo no en plataformas con políticas de conducta. Definitivamente no da el mismo trato a todos, pues hay cosas igualmente malas en redes que no se sancionan, sin embargo, nadie como la investidura del presidente (recordemos Fontevecchia y el criterio de “más aguante por ser político”). Podría argumentarse también que la prohibición de por vida es excesiva, sí, porque eventualmente su cargo como presidente acabará y será otro más, debatible. Lo interesante es como la izquierda se ha extasiado en esa censura, cuando son quienes proponen la progresividad de los derechos y la inclusión, ¿qué no es exclusión de la sociedad a quienes son iracundos? Son tan estadounidenses los Biden como los Trump. Ambos deben anhelar la reconciliación, no repetir el ciclo de violencia mimética. Que celebraron los Trump ante la salida de Obama y que los Biden hoy hacen ante la derrota de Trump. Solo son extremos que venden discursos atractivos para un colectivo: “aquí somos pro aborto”, “aquí somos pro vida”, “acá no queremos guerra”, “acá sí”. Son extremos, no hay conciliación y la división y la polarización son las mejores herramientas para el conduccionismo social, una comunidad dividida, herida y polarizada es el sueño de cualquier lobista, político, empresario, pues el rechazo al diálogo destruye el ejercicio democrático, imposibilita la conciliación y asegura los cambios continuos de poder entre postores polarizadores en turno.
- Los extremos y la necesidad de la razón: la verdadera libertad de expresión
Ningún extremo sirve en la materialización de una conciliación. El rechazo al razonamiento encausado a la tolerancia y la plausibilidad del pluralismo solo robustecen la polarización. No puede presumirse que existen derechos en sociedades que buscan excluir a alguno de sus sectores. La única forma de lograr genuinamente libertad de expresión es mediante la designación de uno mismo y posteriormente buscar entonces la participación colectiva, siendo capaz de aportar sin caer en manipulaciones discursivas. Es evidente la desigualdad y es evidente que nadie está trabajando por ella, si no, limpian trincheras para hacerlas más atractivas, pero no son más que discursos instrumentalizados para atraer personas que ciegamente pelearan en un acto de fe por sus secuestradores.
La libertad de expresión es la piedra angular de una sociedad democrática, una sociedad democrática requiere la participación libre de sus miembros. La libertad nace en la individualidad autónoma y trasciende en la participación colectiva. Es indispensable poner en tela de duda cuanto se nos ha presentado y cuanto hemos creído, es indispensable aceptar la dignidad del ser humano como núcleo y a raíz de ello, construir sin caer en instrumentalismos y echando por la ventana a los sofistas que instrumentalizan los discursos para hacerlos atractivos sin que los hayamos aceptado o comprendido y del mismo modo, aceptar el pluralismo y la tolerancia como algo positivo tomando en consideración las estructuras socio-jurídicas que permiten el desarrollo social, salvo aquellas que derivado de una genuina deconstrucción encontremos que debe ser destruida. Esa hambre revolucionaria ha de ser alimentada con la razón. Entonces, el diálogo permitirá sanar y transformar. No hay cabida ya en la revolución intelectual para los sofistas, políticos instrumentalizadores o discursos populares que generan réplica. Tampoco para los pseudo intelectuales que buscan popularizarse mediante la combustión de los extremos polarizados. La libertad de expresión únicamente existirá en un diálogo con apertura, tolerancia y con la firme voluntad de construir un punto medio, lo demás, es juego de sofistas.
– T.S.