Durante la última semana, en medio de una pandemia mundial y un escenario de total incertidumbre económica, la noticia que se ha robado las cámaras en todo México es una: la legalización del cannabis.

Lo anterior es lógico, al menos desde el punto de vista social, pues nuestro país es el productor número uno de cannabis a nivel mundial, y la legalización parece convertir dicha infamia en prestigio. Paralelamente, nuestro país se ha convertido en una fosa clandestina masiva como resultado de la supuesta guerra contra el narcotráfico iniciada en el año 2006, pero existente de manera fáctica desde décadas antes, recordando siempre que el narcotráfico nace por las ganancias que produce, y a su vez dichas ganancias nacen de la calidad “ilegal” de muchas sustancias.

De igual manera, el número de consumidores ha ido en aumento: desde los consumidores recreativos, hasta las personas de la tercera edad que utilizan derivados para el tratamiento de sus achaques.

En un escenario así, en la tercera década del siglo, dentro de esta tormenta de supuesta (y mercantilizada) deconstrucción y rechazo a los prejuicios, era cuestión de tiempo para acabar con el absurdo tabú que ha encarcelado a miles de personas y ha nutrido a grupos delictivos por décadas, y que a la vez, es una sustancia mucho menos dañina que el alcohol y el tabaco.

Sin embargo, es necesario hacer algunas precisiones:

Primero, ¿cuál es el estatus legal de la marihuana al día de hoy?

La precisión más importante es que la ley aún no entra en vigor, lo sucedido en fechas recientes fue la aprobación de la ley por parte de la Cámara de Diputados, por lo que se considera que nos encontramos en una “penúltima” fase.

Aún tenemos por delante la aprobación por parte del Senado, su promulgación, y eventualmente, su entrada en vigor. 

Así que no, aún no es posible consumir de manera legal, ni portar más de 5 gramos por persona, a menos que se cuente con una sentencia de amparo para dichos fines.

Entonces ¿puede que el proyecto se caiga?

Muy difícilmente, pues recordemos que tanto la Cámara de Senadores, como la Cámara de Diputados y el Presidente de la República, son manejadas en su mayoría absoluta por el partido político en el poder, y es ahí donde las notas agridulces de la noticia empiezan a aparecer.

Claro, la regularización de la marihuana es una deuda histórica con millones de consumidores, campesinos y grupos sociales, es el primer paso en un combate integral a los grupos delictivos, una posible fuente de ingresos para las arcas públicas, y una gran oportunidad de negocio para el sector privado.

No obstante, es preocupante que dos de los tres poderes de la Nación descansen sobre el mismo grupo político e ideológico, y cuando existe esa sinergia, pareciera que el grupo en el poder es omnipotente y omnisciente.

Lo anterior es evidente, se trata de un tema controversial, que toca nervios sensibles especialmente en los grupos más conservadores de la política mexicana, mismos que se hicieron escuchar (de forma ignorante y prejuiciosa) mediante comparecencias en la respectiva Cámara.

Sin embargo, no importa, al menos pareciera no hacerlo, ya que el poder está tan concentrado en un solo grupo parlamentario que a pesar de cualquier oposición, fundada o no, se aprobará lo que la aplastante mayoría elija, cien años de conservadurismo mexicano (en relación a la sustancia) fueron desmantelados por el partido en el poder.

Hoy, ha sido una buena noticia, la gran mayoría del país ha recibido a la regularización del cannabis como algo positivo, sin embargo, el día de mañana, mayorías tan dominantes podrían ser utilizadas con fines mucho más siniestros y contrarios a los intereses generales.

De igual manera, es increíble como la voluntad política mueve montañas, la lucha por la regularización del cannabis es una lucha de décadas, después de muchas legislaturas, sexenios, partidos, arrestos, sangre derramada, la clase política voltea a ver la situación y decide actuar, aparentemente para solucionar el conflicto.

La pregunta es ¿será demasiado tarde?

Las familias de miles de muertos y presos piensan que sí.

Pero estas fechas, esperemos, que marquen el inicio de la desestigmatización, y el fin de la deshumanización de los consumidores de sustancias, lo cual nos hará ver el problema como lo que es, uno de salud pública, mucho antes que uno de seguridad pública.