Según información recopilada por la revista “Forbes”, en 2020 se registraron cerca de 4.2 millones de “Mipymes”, la estadística no contempla los negocios informales. Las “Mipymes” conforman el 70% del empleo registrable en el país. La cotidianidad en este tipo de empresas, consta en una persona que centraliza el 90% de la operación y su capacidad de “delegación” se limita a pedir a sus subordinados que ejecuten actividades puntuales y específicas, que la mayoría de las veces, las tiene que ejecutar quien las delegó. Esta centralización se puede identificar de cuatro maneras:
- Las decisiones no se ejecutan si no se aprueban por el “empleado centralizador”;
- El personal no cuenta con facultades de toma de decisiones;
- El “empleado centralizador” tiene una obsesión con realizar él todas las labores;
- No se respetan las funciones de cada una de las áreas.
Esta centralización en un empleado, cuenta con las siguientes causas:
- No enseña;
- No confía;
- No tiene procesos determinados;
- No cuenta con estructuras operativas.
Sin embargo, son empresas que aportan entre el 50 y 52% del PIB, esto quiere decir que, a pesar de la centralización y entorpecimiento en las operaciones y funciones, son negocios lucrativos. Habría que analizar ¿hasta qué punto? O en todo caso, si es una “riqueza” medible, pronosticable y con posibilidades de ser repartida entre los miembros del negocio, finalmente, todos quienes integran una empresa tienen el deseo de crecer y qué mejor empresa que aquella “sin techo, pero con piso.”
Un problema muy grande de este tipo de negocios es que no confían en su personal, tanto por secretos en productos, procesos o cartera de clientes, o simplemente por esa obsesión que les hace creer que sus colegas carecen de capacidad.
¿Qué pasaría si estas empresas se ordenaran? Probablemente su productividad, eficiencia, eficacia y retribución económica se incrementaría, ¿cuánto? Mucho dependería de que la estructura, los procesos y la operación se encausara a objetivos mediables al corto, mediano y largo plazo.
Esta es una realidad que las empresas con el “empleado centralizado” jamás conocerán, no tendrán idea del potencial del negocio, del crecimiento del personal y de la posibilidad de pronosticar utilidades.
Las empresas tienen dos necesidades básicas:
- Internas; y
- Externas
Las primeras van desde la organización del personal, la asignación de roles, el conocimiento de los procesos, la ejecución de los procesos, hasta la etapa de cobro. Las externas se centran en los derechos y obligaciones que tienen las empresas: temas fiscales, mercantiles, de seguridad social y obligaciones ante gobierno. Estas últimas en particular, son habitualmente desestimadas por las empresas, prefieren esperar a la sanción que tramitar el permiso, en parte, por la ineficiencia de las dependencias de gobierno, pero también por la falta de conocimiento de las obligaciones.
Incluso, los problemas (litigios) se solucionan desde antes de emprenderlos, teniendo la empresa en regla en sus diferentes ámbitos. El balance de las obligaciones internas y externas genera la posibilidad de crear un “gobierno corporativo”, ¿qué quiero decir con este concepto?
Por gobierno corporativo, entiendo la sistematización de una empresa. La programación de la operatividad a grados de eficiencia y eficacia pretendidos. La consolidación de metas y objetivos en corto, mediano y largo plazo. La empresa es una maquinaria con piezas de diferente naturaleza y que puede, además, realizar diferentes procesos, productos o servicios que le puedan generar una retribución, mas, su operatividad dependerá de:
- Conocer el marco legal donde se desenvuelve;
- Capacitar constantemente al personal;
- Delegar, consolidando áreas con funciones especificas, que, además, se conecten en los procesos;
Cuando la empresa logra automatizarse, las necesidades pasan a ser meramente de observancia, revisión y mantenimiento. El paso más complicado es justamente la creación del gobierno corporativo, requiere la aceptación por parte de la empresa de dos cosas: la primera, reconocer su condición de “empleado centralizado” y el deseo de abandonar esa forma de operar, y el segundo y más importante: proponerse la creación de procesos con objetivos tangibles. El paso inmediato a este examen de conciencia la consolidación de estos procesos por conducto de diferentes herramientas legales, como asambleas, contratos, concentración de grupos corporativos, etcétera.
Mi reflexión más importante en 10 años de litigar por las empresas, es que: nunca es demasiado tarde para hacer el gobierno corporativo, hasta que es demasiado tarde por la carga de problemas que arrastra la empresa. La mejor defensa es la prevención.