Es algo completamente paradigmático y sin precedente alguno, la comunicación puede ser concentrada en una plataforma digital, distribuida libremente e incluso, ser objeto de oposición y réplica. Lo enigmático de las redes sociales puede ser referido en esta idea: ¿cuándo el contenido permanecerá y cuándo será abolido? No existe una respuesta exacta a esto, podemos prever una supresión cuando se usen términos como “negro”, “puto”, u opiniones políticas. Dibujaré la primera dimensión del problema:
¿Qué tal si dispongo de la palabra negro, como un adjetivo sobre un bien y no sobre una persona? (que decirlo sobre una persona no tendría por qué generar un sentido de ofensa, ahí está en realidad el racismo, ¿no?) ¿Qué tal si el término puto (controversial por sí solo) lo utilizo para referir un acto cobarde y nada relacionado con la homosexualidad? ¿Quién hace un escrutinio? El paradigma de la libertad de expresión que encuentro con mayor fascinación en estos tiempos de comunicación digital es el siguiente: ¿cómo identificamos el margen de tolerancia? La disyuntiva es divertida para quienes nos dedicamos a observar y fatigosa cuando esperamos más de la capacidad racional de los interlocutores: la cultura de la cancelación es la consecuencia de la falta de racionalidad comunicativa, tanto para el emisor como para el receptor, están a la expensa de validar el diálogo conforme la reacción social, vaya estupidez, esto presupone que un intercambio de ideas será válido solo si, se adecúa a la pretensión social vigente.
Sucede incluso en los salones de clase, como docente, uno espera el atrevimiento del estudiante, su participación y opinión son extremamente valiosas y meritorias de ser escuchadas, ¿qué más da? Quizá diga algo estúpido, no importa, son estudiantes, además, todos decimos estupideces, al menos, las universidades para eso son, encontrar el conocimiento, no acobardarse y moldear la psique a la satisfacción social, pero no, uno se encuentra con jóvenes temerosos del linchamiento y ya no es una abolición presencial, es el temor a la persecución digital, ¡vaya época en la que vivimos! ¿Quién atribuyó a las redes este poderío? Lamentablemente parte del paradigma descrito al principio trasciende a este punto, ya confiamos toda la comunicación a las redes, en consecuencia, estamos a merced de la permisión que hagan sobre la comunicación, ideas y lenguaje. ¿A cuántos no se les ha censurado por emitir una opinión política? El pertinente ejemplo de Trump, podrás pensar o no como él, pero representa a un sector importante de la comunidad estadounidense y se le ha suprimido de tener interacción en la vía más popular, es decir, se está suprimiendo a un sector de Estados Unidos por no compatibilizar con la primera vicepresidenta mujer y negra (que por alguna razón es un logro) y le exime de condena cuando ordenan bombardeos, pero eso es materia de otro escrito que generará aún más bilis que este.
Mi tema entonces es, ¿qué pasa con la libertad de expresión? En teoría, la censura es la última instancia posible, es más, el artículo 13 del Pacto de San José lo resume a la perfección: toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento y expresión. Este derecho comprende la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de toda índole, sin consideración de fronteras, ya sea oralmente, por escrito… El ejercicio del derecho previsto en el inciso precedente no puede estar sujeto a previa censura, sino a responsabilidades ulteriores, que deben estar expresamente fijadas por la ley y ser necesarias para asegurar: el respeto de los derechos; y el orden público. Claro, hay excepciones, como la propaganda a la guerra o atentados a la moral (tema complejísimo), pero preliminarmente es: los canales de comunicación no pueden ser prima facie, censurados, sino sujetos a sanciones posteriores, ¿por qué? Porque como seres humanos nos nutrimos del pluralismo, del intercambio, del debate, de la diferencia de opiniones, y cada vez con mayor fuerza buscan suprimir este intercambio bajo argumentos patéticos como un ad hominem por un twit de hace 8 años. Alguien leyó una infografía de pictoline (donde mal explican la paradoja de la tolerancia de Popper).
El problema se arrecia: el sitio donde se concentra el intercambio comunicativo esta sistematizado a suprimir lo incompatible. Yo me quedo con dos dudas: ¿quién define lo incompatible y bajo qué premisas? Ya estamos en un punto donde los algoritmos toman palabras (fuera de contexto) y censuran de manera automática, es decir, incluso la I.A., se moldea con base a estas carencias comunicativas y replicará de manera sistematizada la censura (lo cual es contrario a derecho), mi segunda pregunta es: ¿qué buscan quienes moldean e imponen esta nueva forma de pensar y comunicar?